Caleta de Sebo (La Graciosa)
Nunca antes había llegado una
oleada de vagabundos tan importante como la que arribó a la isla canaria de La
Graciosa el pasado 26 de abril, todos exultantes después de una agitada
travesía a mar abierto en el buque “Graciosero2”.
Los esperados visitantes saltaron
al puerto de Caleta de Sebo con su equipaje de mano, compuesto principalmente
por una polvorienta mochila y un par de bastones, con los que sin duda habían
intentado alguna cima en los días previos. Su vestimenta algo sudorosa y
blanquecina del polvo de los caminos era un síntoma inequívoco del largo
recorrido realizado, para llegar a tiempo de algún acontecimiento singular.
Efectivamente, pronto se supo que
procedían de otra isla diferente a la cercana de Lancelot. Su conocimiento de
los senderos no les aparta de alternar con otros medios de comunicación, como
por ejemplo, el avión, el barco y la guagua, que seguramente utilizaron en este
viaje nuevo para ellos.
Pero esa apariencia de caminantes
no podía ser falsa y antes de decidir el embarque del grupo, quisieron conocer La Graciosa acercándose sigilosamente a ella
desde la otra orilla.
Por esa razón, sus líderes
decidieron llevar al resto de vagabundos en busca de la isla desconocida,
recorriendo durante horas la cornisa norte de Lancelot, con el objeto de
estudiarla a distancia. Pronto la divisaron y con el viento en la cara y del
revés fueron siguiendo sus vistas, por insospechadas veredas y riscos, que
llamaban Famara y Gallo. No cesaron
hasta que tuvieron la certeza de que esa era la isla que buscaban y que además
estaba en calma, esto último muy importante.
Fue entonces cuando pusieron
rumbo al puerto de Órzola, en una frenética bajada por polvoriento sendero, con
la certeza de que allí una espumante fuente les haría recuperar el ímpetu
necesario para seguir. Pues la aventura continuaba navegando hacia La Graciosa.
Y desde varias horas antes se
prepararon para el acontecimiento, acondicionando sus cuerpos en las sebosas aguas
de la cercana caleta, mientras otros vagabundos paraban en las fuentes locales,
buscaban su cuevita para pasar la noche, hasta que llegó la hora más importante
del primer día: el caldo pescado.
Trátase de una comida muy
tradicional a base de caldo realizado en caldero con pescado grande, papas y
una suculenta masa de gofio muy caliente y sabroso, con sus mojos y cebollita,
todo ello regado por la ancestral bebida del
vino.............................(fin del cuento).
Bueno, lo pasamos tan bien que al
día siguiente repetimos, pero ya despojados del polvo del camino, conociendo
los rincones de la isla a pie o en bici, o simplemente tomando el sol. Lo justo
para repetir en el restaurante “El Marinero” con una paella de lapas y poner el
cronómetro en modo descuento, para iniciar el regreso enfrentándonos de nuevo a
los dioses Neptuno y Eolo en la difícil travesía y su paso del Roque, porque lo
nuestro está claro que no es navegar (nadar ni te cuento).
Como todo buen regreso, este debe
ser por etapas. Y los vagabundos, conocedores de los traumas que ello puede
conllevar si no se cumple a rajatabla, por supuesto realizamos las
correspondientes estaciones para descansar nuestros tullidos cuerpos en Órzola
y Arrecife, antes de subirnos al avión que parecía llevar más de dos motores en
esta ocasión.
Porque algo roncaba en su
interior.... Seguro que un sueño colectivo, que ya ruge muy fuerte: Volver a La
Graciosa calmada, con permiso del viento.
Saludos.
CD. VAGABUNDO